«Dicen que en una época muy lejana, Dios solía pasear por la Tierra y se quedaba largas temporadas. Se cuenta que un viejo campesino fue un día a verle y le dijo:
-Mira, Dios, tú puedes haber creado el mundo pero hay una cosa que tengo que decirte: No eres campesino y no conoces ni siquiera el ABC de la agricultura. Tienes cosas que aprender.
-¿Y cuál es tu consejo?- Dijo Dios.
-Dame un año -respondió el campesino-, déjame tomar las decisiones a mí y veamos qué pasa. Verás cómo la pobreza dejará de existir.
Dios aceptó y le concedió al campesino un año. Naturalmente, el campesino pidió lo mejor y sólo lo mejor: ni tormentas, ni ventarrones, ni peligro para el grano. Todo confortable y cómodo. El campesino era muy feliz. El trigo, aquel año, creció muy alto. Cuando quería sol, hacía sol; cuando quería lluvia, había lluvia, tanto como hiciera falta.
Ese año fue todo perfecto.
Así que el campesino fue a ver a Dios y le dijo:
-Mira el grano. Tendremos tanto que si la gente no trabaja en diez años, no pasará nada. Aún tendremos suficiente.
Sin embargo, en el momento en que fue a cosechar el trigo, el campesino observó que los granos, aparentemente grandes, estaban vacíos. Entonces, muy sorprendido, le preguntó a Dios:
-¿Qué ha pasado? ¿Qué errores he cometido?
-Como no hubo desafío -dijo Dios- no hubo conflicto, ni fricción; como tú evitaste todo lo malo, el trigo se volvió impotente. Un poco de lucha es imprescindible para extraer lo bueno. Las tormentas, los truenos y los relámpagos son sucesos necesarios porque sacuden el alma dentro del trigo y le hacen crecer fértil y fuerte.»
Jaume Soler y Maria Mercé Conangla, «La ecología emocional: el arte de transformar positivamente las emociones.» Amat editorial. Barcelona, 2004. 3ª edición.
(Conangla y Soler, 2004, p.33).